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MARCOS RICARDO BARNATÁN – «TRAFICAR CON HUMO» 2004

Aquel célebre poema de Argensola ya nos previno, con su inequívoca fe racionalista, de la ilusoria realidad del cielo, que no es cielo ni es azul, «lástima grande que no sea verdad tanta belleza». Y mirando al cielo esquivo se han construido estas curiosas piezas de Pep Fajardo, un artista catalán que periódicamente suele exponer en Madrid.
Su muestra se abre con un observatorio celestial desde el que podemos ver el vuelo de algún ave o de esas máquinas voladoras que el propio Fajardo imagina, con una sensibilidad muy próxima a los primitivos cacharros que soñó Leonardo da Vinci. Y con una instalación titulada Vivir en una nube, en la que una escalera nos invita a subir a una geométrica nube blanca. El espacio infinito del firmamento es el escenario que Fajardo propone para la existencia de sus criaturas de hierro y cuerdas, de papel y tela, de hierro y madera.

Entre las definiciones que él mismo nos sugiere para su trabajo hay una bastante acertada: la de «un ejercicio de juguetería para el intelecto», y creo que es una buena manera de denominarlo.

El aspecto lúdico es aquí muy importante: desdramatiza las obras y las pone en relación con la mirada de sus espectadores de una manera totalmente natural, hasta simpática, llamándoles a la complicidad.

Pero el juego a su vez no deja nunca de transportarnos a una realidad onírica, o sea, a esa región regida por los sueños en la que todo es posible. Así, podemos volar en una silla diminuta, subir sin problemas a la altura de una nube, o mirar por un oxidado telescopio lejanísimas constelaciones imaginarias. Fajardo hace uso de materiales muy distintos, parecería que todo le vale para concretar sus invenciones. Desde objetos de desguace, como los que usa en su Relicario del astrónomo, que ilustra esta página, hasta una valiente fotocopia del cielo o de la luz eléctrica. Cuando usa las cuerdas, tejidas o pegadas al hierro, oímos los ecos de la mejor vanguardia, aunque despojada de cualquier voluntad de innovación, asimilada a un discurso propio.

Manolo Vázquez Montalbán escribió en su día sobre su obra, sobre sus máquinas y sus ruinas. Habló de la ironía que irradiaban, de esa huida de lo trascendente que, en apariencia, hay aquí también, y creo que no se equivocaba al afirmar que «Fajardo es un poeta insumiso opuesto a cualquier vocación de ruina». Un poeta y un artista que no nos oculta que lo suyo es también «traficar con humo».

Marcos Ricardo Bartrán

«TRAFICAR CON HUMO» 2004

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